martes, 19 de septiembre de 2006

reencuentro en Venezuela

El encuentro
Flanqueé la puerta de entrada del humilde aeropuerto de Ciudad Bolívar en su búsqueda. Pronto divisé entre el gentío su sobresaliente figura. Me sorprendió su pronunciado corte de pelo pero no tanto que viniese ya riéndose. Ignorando mi presencia me dirigí hacia él. Cuando entre el gentío nos vimos frente a frente dudé por más de un segundo si abalanzarme a sus brazos o los de la joven que le acompañaba. Al final me fundí en un abrazo con mi hermano Luismi. Después saludé a Andrehina.

rumbeando

Nueve meses sin ver a nadie de los míos, varios meses planificando e improvisando el viaje por Venezuela y mucha excitación por el encuentro durante todo el día previo que pasé en la carretera que separa Manaos en Brasil de Ciudad Bolívar ya en Venezuela.

El viaje
A las puertas del Parque Nacional de Canaima donde se encuentra el mayor salto de agua del mundo, el Salto del Ángel, y regada por el río Orinoco descansa Ciudad Bolívar. Andrehina, amiga de un amigo de mi hermano, nos dio la cobertura necesaria para que nuestra estancia fuese lo más grata posible. Ya solo con su espectacular presencia lo logró.
Tras un vuelo de una hora en avioneta entre piñas, cebollas, patatas…, tras varías horas interminables en una lancha incomodísima por el ‘Cañón del Diablo’ entre formaciones rocosas imponentes y una vegetación frondosa, y tras varias horas de insomnio en una noche en hamaca… llegamos a los pies del Salto del Ángel de 979 metros de altura. Lo que más agradecí de ese tour de dos noches y tres días fue comprobar la ilusión de mi hermano por el viaje.

ang1

Después de unos días conociendo el Parque Nacional de Mochima en la costa oriental con días de sol y amistades multinacionales en playas en entornos salvajes,

mochima

llegamos a Caracas.

Allí encontramos, a través también de mi hermano, nuestra familia adoptiva. More y Maru. Madre e hija nos atendieron de manera excepcional; nos alimentaron, nos lavaron, nos plancharon, nos guiaron… Simplemente excepcional.

caracas

En el Centro Asturiano de Caracas, vivimos los festejos en honor de la festividad de la Virgen de Covadonga. Mucha asturianía, mucha buena gente, mucha comida, mucha bebida, mucho baile, muchas risas…

Centro-Asturiano-de-Caracas

Y después de ‘tanta fiesta’, obligado relax en las playas y aguas cristalinas del Parque Nacional de Morrocoy.

Playa en el Parque Nacional de Morrocoy

Mérida es la capital de los Andes venezolanos y sin lugar a dudas, la ciudad y entorno en el que mejor nos hemos encontrado. ¿En qué puede parecerse el paisaje de un clima tropical andino con el paisaje de Asturias? Podría intuirse que nada pero un paseo por el Parque Nacional de la Sierra Nevada, puede acarrear confusión y extrañeza por la similitud. ¿O acaso será mi añoranza?

Parque Nacional de la Sierra Nevada 1

Mi amigo Jorge dice…
(…) y quiero que sepas que hemos realizado entre la peña de Rodadores una recolecta para ingresar un dinero para ti y hemos recaudado 400€. Tu sabrás en que emplearlo. Cuando tienes pensado volver. (…). Emocionado una vez más por otra muestra de afecto y cariño de amigos, siento que este viaje me está sirviendo para darme cuenta realmente del tipo de gente de la que me rodeo. Yo también me siento orgulloso de contar con amigos como vosotros. Y aunque a estas alturas de mi viaje no sobra ningún tipo de apoyo, el económico no puedo aceptarlo. ¡¡Muchas gracias amigos!!
Santa Fe

Aquel bocadillo…
… de chorizo. El pan no era el ideal (difícil de conseguir por estas tierras) pero gocé de aquel bocadillo de chorizo como nunca.

Y aquel pisto manchego de mamá
Ese fue mi principal reclamo que hice en mi casa ante el viaje de mi hermano; ‘tráete menos calzoncillos y más pisto de mamá’. El primero de los botes se consumió acompañando a una tortilla de patatas. Aunque aprecié la diferencia de haber sido ya hecho en la vitrocerámica de la nueva cocina de mis padres y no a la lumbre, aquel pisto manchego de mamá comido en tierras bolivarianas de la América Latina, me supo a producto bendecido por los ángeles.

pisto de mama

Sensaciones encontradas
El paso por Venezuela no ha sido el ideal. Lo inesperado nos desanimó. Los tiempos muertos nos enfriaron. La improvisación nos delató. Y el caos del país nos abrumó. Nos faltó continuidad en las emociones. Siento que por unas cosas y otras este no haya sido el viaje, la aventura que mi hermano (y yo) esperaba.

Ciudad-Bolívar

No sé si por causalidad o casualidad la presencia de mi hermano en mi viaje ha coincidido con un periodo sobreexcitado en mi mundo de emociones. Mi hermano Luismi me ha puesto al tanto del día a día familiar del que estoy al margen. Desde Oviedo amigos me recuerdan los bocadillos de calamares, el ambiente del Rincón Cubano, el reencuentro con amigos que implica las fiestas de San Mateo. Mi peña de Rodadores amenaza en ir a Toledo en mi ausencia (¡¡ni se os ocurra!!). Lo extraordinario desvirtúa la magia en la siguiente etapa de mi peregrinar. El objetivo de mi cámara de fotos no para de darme problemas y gravar mi bolsillo. Los diversos frentes que en forma de proyectos profesionales tengo abiertos, no acaban de ver la luz. El presupuesto previsto para esta aventura, ya está superado.

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Siento cierto cansancio. Y no es tanto el hacer huella como lo que me agota el azote al que someto a mi cabeza por tanta reflexión, tanta preocupación, tanta ilusión…

Parque Nacional de Morrocoy

Quizá la compañía de mi hermano me ha servido para exteriorizar un mundo de emociones en muchas ocasiones castrado durante este viaje. Lo siento hermano pues por lo que compruebo, no solo me bastó con agobiarme junto a ti sino que además terminé estresándote justo cuando más ganas tenía(mo)s de disfrutar al máximo. Nuevas aventuras quedan por saldar en el futuro. Si no llega a ser por tu postura y cordura, la misma a la que tanta veces he recurrido en busca de sabia reflexión, nuestro viaje hubiera sido más caótico. Por todo ello, muchas gracias.

Mi hermano dice...
Tremenda responsabilidad la que me brinda mi hermano Toñín al escribir en su “diario”. Tras 18 días juntos me cuesta arrancar las palabras de mi cabeza y esa mezcla de sentimientos hace que las ideas salgan en desorden.

Parque Nacional de la Sierra Nevada

Mientras escucho Amaral, no es difícil volver la vista atrás y recordar… yo estaba ansioso y sabía que no me calmaría hasta que no viera a mi hermano. Hasta ese momento los nervios aparecieron en diversos momentos; el más crítico en Barajas, cuando un apretón dio con mis posaderas en un baño de la Terminal uno (la carrera después hasta la aeronave fue digna de recordar, así como mi cara cuando me dijeron que ya habían bajado mi mochila de las bodegas del avión). Mi teatro, con indignación incluida, echando las culpas a la cola que había para enseñar el pasaporte, dio resultado y pude embarcar entre miradas de viajeros y azafatas en ese vuelo de Santa Bárbara Airlines.

Los Nevados

La primera sensación al ver a mi hermano después de la despedida en Madrid el 8 de Enero: cara algo más delgada, moreno, con sus ojos azules resaltando más tras las gafas entre una piel morena que no recordaba en él. En el aeropuerto de Ciudad Bolívar, a miles de kilómetros de Toledo, dos Jiménez Gómez se abrazaron y besaron tras ocho meses.

Cotidianidad en la Sierra Nevada

No habían transcurrido 5 minutos cuando me di cuenta que no había cambiado nada… las mismas manías, las mismas coletillas… el Toñín de siempre, el hermano mayor, siempre ordenando y controlando, una mezcla entre lo entrañable y la agonía. Supongo que nunca es tarde para cambiar. Aquí había llegado yo para comprobarlo, ¡que nadie se preocupe!

Páramo

Allí, en Ciudad Bolívar, en medio de selvas, comenzó nuestro viaje común.
Sin apenas darnos cuenta, estábamos volando sobre la selva en una “cesna” vieja, de apenas tres plazas, comiendo empanadas entre papas, zanahorias, papel higiénico y demás provisiones… debajo de nosotros empezaron a verse los tepuys, montañas planas que emergen de la exuberancia de la selva. Y entre mosquitos y una naturaleza insultantemente espectacular vimos despeñarse el Salto del Ángel.
No sería justo si no mencionara las playas de Mochima (en el oriente) y las del Parque Nacional de Morrocoy (en el occidente). Envidiable el color del agua, de la arena, así como el baño tranquilo en las piscinas naturales de los Juanes y de la isla más pequeña que he conocido: Cayo Peló, de apenas quince metros cuadrados. De allí nos traemos, además de imágenes muy singulares, varias picaduras de moquitos (zancudos) y un morenazo que ahora torna a piel seca y “pelada”.
¡Y cómo no!, llegamos a la Mérida venezolana, en plenos Andes, montaña tropical. Parapente, trekking… nos ha recordado por momentos tantas cosas que nos gusta…

Mi hermano Luismi haciendo parapente

No debo ni puedo olvidarme de la gente que hemos conocido. A More y Maru, mamá e hija, cuya casa, compañía, y sobre todo amistad, han sido fundamentales en nuestro viaje por Venezuela. En verdad, siento que cuando deje este país, dejaré acá otra familia… A tantos amigos que hemos conocido, extranjeros, paisanos, a los asturianos de Caracas, a amigos de amigos que nos habéis facilitado nuestra estancia… muchas gracias.
Vuelvo a Toledo y Toñín sigue su camino. Me llevo imágenes, alegrías, las broncas y los “estreses” de mi hermano. No sé si lo habré logrado, pero espero que él se lleve camino de Colombia la tranquilidad del apoyo de la familia…
Toñín, viaja y disfruta. No olvides el motivo inicial de todo esto. Los tuyos te queremos.
Tu incondicional,
Luismi


En Caracas a 19 de septiembre de 2006

viernes, 8 de septiembre de 2006

el río de la vida, el Amazonas

El viaje

Agua del río amazonas

2116 kilómetros por el Río Amazonas separan Belém de Manaos, desde la costa Atlántica hasta el centro de Brasil. El viaje en barco -a contracorriente- tiene una duración de cinco o seis días y resulta apasionante por momentos y excesivamente rutinario en la mayor parte del tiempo. Aquí el libro más leído abordo es la Biblia.

Entretenimientos a bordo

El río es inmenso. En muchos sitios el horizonte no alcanza a ver la tierra. Embarcaciones de todo tipo desde canoas hasta grandes barcos de carga conviven pacíficamente. A lo largo de gran parte del río, es habitual ver casas de madera y techo de ramas. Sus moradores, los llamados ‘caboclos’ (población de origen indígena mezclado con portugueses) viven de lo que obtienen de animales domésticos y de la pesca en el río (cada vez más escasos) y que en algunos casos destinan a la venta.



En algunas partes del río, la recolecta del cacao también supone unos ingresos. Al paso de las embarcaciones de pasajeros, los niños reman hasta el paso del barco esperando a que les sean lanzados alguna bolsa con comida o cualquier otra cosa. Algunos incluso con cierta temeridad y habilidad consiguen amarrar sus canoas al barco y ascienden hasta los pasajeros para vender cestos de gambas.

Intérpritos piratas del amazonas

Los pasajeros, excepto algún que otro turista, son todo gente local que viven a lo largo del río en las principales poblaciones. La inmensa mayoría duerme en hamacas. Es todo un espectáculo observar el juego de colores diversos que recrea el universo de hamacas. Los que se lo pueden permitir o se lo pagan (como fue mi caso) duermen en minúsculos camarotes con aire acondicionado.

Expectantes

Por esas cosas que uno no puede controlar cuando se pone en manos de otros, tuve que dormir en camarote cuando mi idea era dormir en hamaca. Después de la decepción vino el alivio pues ello me sirvió para adelantar trabajo (de pie) y evitar una noche una invasión de mosquitos. Además, así pude tener todo mi equipaje bajo control.

Vida en el río amazonas

Tras tres días, descendí del barco en Santarem, en plena amazonía.

Santarem

Aquí confluyen las aguas limpias del río Tapajós con las aguas turbias del Amazonas. Durante kilómetros las aguas de densidad diferente, transcurren paralelas sin mezclarse provocando un curioso espectáculo. Desde Santarem tomé un barco con gente local y me fui a recorrer parte del Río Tapajós para conocer las condiciones de vida de sus habitantes. Al borde de la orilla del río, diversas comunidades han instalado sus ‘campamentos’. La infraestructura de cada una de estas comunidades difiere entre si. Las hay que tienen hasta red de energía y agua e incluso hasta Internet y las hay que apenas tienen una infraestructura mínima. Común a todas ellas es la supervivencia (muy dura) a base de la producción y venta de ‘farinha’ (una especie de harina granulada de mandioca que forma la base alimenticia de la comida local) y ‘borracha’ (resina).
Luiz, el propietario de la embarcación en que viajé, me permitió instalarme en su barco junto a él y su hijo Diego. Me facilitaron hamaca, comida, risas y experiencias enriquecedoras durante los días que estuve con ellos.
Después de unos días, volví a Santarem para irme a Alter-do-Chao, una playa que sólo aparece durante los meses de agosto a diciembre y que cuenta con una arena fina y aguas cristalinas y –dicen- potable.

Alter do Chao

Casi dos días se demora el barco desde Santarem hasta Manaus (ciudad caótica), final de mi recorrido por el Río Amazonas, el río de la vida.

El atractivo (turístico) era ahora yo
En aquel barco de madera destartalado los bultos de ropa se repartían por el suelo y el universo florecido de hamacas se dispersaba a lo largo de los 15 metros de eslora. Por cada metro, dos hamacas y tres personas. Aquí la hamaca es como para (algunos) occidentales el cepillo de dientes, imprescindible. Luiz, de aspecto descuidado, capitaneaba las acciones de maniobra y Diego, joven inquieto, ejecutaba las tareas de almacenamiento de las mercancías.

días de pesca con Luiz y Diego

A la ida, la carga se compone básicamente de cajas de hielo donde posteriormente se almacenará la carne ‘fresca’ y que habrá de aguantar al menos cuatro días hasta que Luiz vuelva a llegar. A la vuelta hacia Santarem, la carga es básicamente de sacos de ‘farinha’ de 40 ó 50 kilos que los productores llevan a vender a la ciudad a una relación de unos 35 centavos de euro el kilo.

Río Tapajós

En el barco rápidamente soy objeto de atención. Todos mis movimientos se siguen con expectación. Con cámara en ristre, mis compañeros de viajes, disimulan su reserva. Pido permiso y eligen su mejor pose. Pero yo quiero naturalidad. Tiro unas fotos para disimular, marcho y para cuando se han olvidado, vuelvo y disparo su cotidianidad.
‘Antonio, ¿cachaça?’, no paran de preguntar Vladimir y su cuñado esperando por fin una respuesta receptiva por mi parte. ‘Nao, obrigado. Fae muito calor. Agora nao, mais tarde’. La pregunta se hace cada vez más insistente según avanza el ritmo de su consumo. Al atardecer, abren la tercera.
Cada vez que el barco ‘atraca’ en la playa para que desciendan pasajeros y sus mercancías, aprovecho para retratar la escena. En una de ellas, Marcio me pide que le mire para desde su teléfono móvil, hacerme una foto. Me paro y me dice ‘naturalidad Antonio, naturalidad’. El fotógrafo fotografiado.
En el regreso a Santarem días después, coincido con la mayoría de mis antiguos compañeros de viaje. Se interesan por lo que hice y conocí. Me siento a gusto entre tanta cotidianidad. Que sea uno el objeto de atención cuando para mí lo son ellos, eso no tiene precio. ‘Antonio, Antonio…’

El dato
20.000 fotos ya tiradas. Mucho que ver, mucha curiosidad.

Viento a toda vela

Con recochineo
Recibo entre mis correos, uno que me indigna. Es uno de esos correos publicitarios personalizados; ‘Antonio, a que duele volver de vacaciones?’. Encima con recochineo, ¡¡cómo si yo hubiese disfrutado ya de ellas!!

Vida abordo sobre el Río Amazonas

Comida de trabajo
El calor estaba en su máximo apogeo. La sombrilla apenas ofrecía resistencia al sol. La arena fina de la playa quemaba. Y yo ardía… Después del baño Leiliana se había protegido con un pareo blanco. Bien estirada y con exquisitas formas daba cuenta de una estupenda milanesa de sucururu (pescado empanado) mientras hablábamos de cualquier cosa.
Pocas horas antes ya me sobresalté al ver su belleza autóctona hacer acto de presencia en la Oficina de Turismo donde me habían dicho que me esperaría. Rápido se me olvidó el enfado por los diez minutos de su retraso. Su simpatía y sensualidad me cautivó. Apenas recuerdo las características de los atractivos que me describió durante su guía.

Lei

Agotado por el calor y pensando en un refrescante baño, la sugerí adelantar el regreso. Ocupamos mesa en el chiringuito de la playa, pedimos (me dejé llevar) y con intencionalidad de espectador expectante, me adelanté en el baño. Entre las aguas calientes y cristalinas del Río Tapajós esperé observando como Leiliana se desvestía de espaldas a mi. Cuando terminó, se dio la vuelta y quise morir entre sus brazos. Caminó con elegancia hacia el agua mientras intentaba localizarme. Cuando lo logró, se zambulló de cabeza y buceó hasta llegar a mi. Emergió del agua con todo el poderío de sus encantos. Mientras reía y retiraba el agua de sus ojos yo disfruté con los míos de su exuberancia. Me quedé extasiado sin saber qué decir cuando se me quedó mirando con los brazos en jarra. ‘¿Y cuántos habitantes tiene el pueblo Leiliana?’

¡¡Tchao Brasil!!
Han pasado ya más de dos meses y medio desde que llegué a Brasil. Sobre el mapa de este inmenso país, veo mi huella por gran parte de él. Lo destacable (quizá por locura) es que toda esa huella la hice en autobús y en barco. Tuve la paciencia de anotar el precio de todos los recorridos. Al final, sólo en transporte me gasté casi 600€ (menos mal que ya me voy…).
Dos semanas más me faltaron para haber conocido lo que ahora se ha convertido en un viaje pendiente, el nordeste brasileño. Una excusa perfecta para volver a este agradable país en el que su principal atractivo es la amabilidad de sus gentes. Sin lugar a dudas, aquí la simpatía y la accesibilidad son las principales cartas de presentación.

Diversión en el Río Tapajós

Brasil es tan grande que en un mismo país se puede observar distintos países. El sur más moderno, con una importante presencia de emigración europea, es más común a los ojos de un occidental. A partir de ahí, el país adquiere su singular fisonomía; una vida sin tiempo, informal, divertida, apasionada, carente de casi todo.
Es Brasil también un país de contrastes. Hay un dato que me llama poderosamente la atención. Los brasileños son por lo visto de los que más viajan por el mundo. Yo sin embargo he conocido gente que jamás ha podido ver los atractivos que yo he venido a ver desde España cuando ellos lo tienen a menos de una hora.
Es este un país que vive mayoritariamente en sandalia, en pantalón corto ajustado, en camiseta de tirantes, que duerme a antojo soñando con jugadas de fútbol únicas… Un país con gente carente pero hecho para el disfrute de los que pueden, podemos disfrutarlo.
Me llevo de Brasil un recuerdo estupendo ya no solo por sus gentes, la belleza del país y sus mujeres, sino en gran parte por el componente humano de la gente que sin conocerme, me dieron además de cobijo y de comer, cariño; Flavio e Isabella en Porto Alegre, Roberta, Francisco, Víctor y José María (y familia) en Sao Paolo, Ildefonso en Río y Manuel en Mina Gerais. Tampoco quiero olvidar la ayuda de Michelle, Lisandro, Luciana y Tatiana en el buen desarrollo de mi paso por su país. ¡¡¡A todos vosotros, miles de gracias!!!

El momento
Atardece sobre el Amazonas. Los más curiosos nos buscamos el mejor lugar para disfrutar de la puesta del sol. El resto, se mecen en sus hamacas, juegan al dominó, tejen, leen o beben cerveza una tras otra. Cada atardecer os juro que es distinto. No presencié ninguno igual. Y otra cosa que aprendí es que uno puede dar por finalizado ninguno hasta que realmente la oscuridad sea evidente.

atardecer sobre el Amazonas

El sol arde y el horizonte perfila canoas de pescadores que parecen dibujadas para la ocasión. Desde la radio del puesto de mando, el oficial de turno ha elegido su mejor música para la ocasión. A ritmo de bosanova, el barco avanza por el margen izquierdo. Los pescadores en sus canoas apuran los últimos momentos de sol revisando las capturas en sus redes. Los niños, expertos remadores, se divierten con las olas que provoca el paso del barco. Una mujer baña a sus dos hijos pequeños en el río. Otra aclara la ropa que acaba de lavar. Un joven apostado en la rama de un árbol, asiste impertérrito a nuestro paso. Para él somos un barco más.
Así es el río de la vida, el Amazonas.

En Manaus a 31 de agosto de 2006