lunes, 30 de octubre de 2006

odisea y langosta en el Desierto (caribe colombiano)

amarrando la barcaza

El viaje
Recorriendo la costa caribeña colombiana llegué a Santa Marta desde Cartagena de Indias para acceder al Parque Nacional de Tayrona. El parque cuenta con playas más o menos salvajes y parte del mismo es habitado por grupos indígenas como los inaccesibles Kogi.

indios Kogi en la Sierra Nevada

El territorio que ocupa el parque engloba parte de la Sierra Nevada de Santa Marta que acoge a los picos más altos de la tierra más próximos al mar. En apenas cincuenta kilómetros se alcanzan los 5.800 metros del Pico Bolívar.

Pico Bolívar

Lamentablemente estos picos no son accesibles por ser una zona en conflicto armado. En el parque tuve la oportunidad de dormir tanto en hamaca como en una cabaña preciosa al borde del mar. La noche de la hamaca nunca la olvidaré pues estaba solo en aquel lugar y cayó una tormenta extraordinaria que trajo consigo el mayor trueno que jamás escuché en mi vida. Creí que la tierra se abría a mis pies. Aquel trueno se prolongó como cuatro o cinco segundos interminables.

PN de Tayrona

Desde allí me fui a Valledupar, la cuna del vallenato, quizá una de los estilos de música que más me gusta.

Valledupar, cuna del vallenato

Ahí permanecí más tiempo de lo deseado esperando que mis compañeros de aventura por La Guajira llegasen.
Una vez lo hicieron nos subimos a bordo de un 4x4 y allí nos fuimos. La Guajira es una península semidesértica y cuya parte más septentrional (denominada Alta Guajira) acoge un paisaje precioso donde destaca el contraste de colores entre el ocre del desierto y el azul turquesa del agua del mar caribe.

cuarto de baño del hospedaje

Por el territorio se reparten los indios wayuu que habitan en rancherías aisladas unas de otras. No hay luz, no hay agua canalizada e incluso en gran parte del año, en muchos casos deben andar varios kilómetros para hacer acopio de ella. Los que viven al lado de la costa viven de la pesca. Los del interior exclusivamente de lo que les aporta modestos rebaños de cabra. El turismo, apenas se focaliza en el Cabo de la Vela, para mi gusto lo menos interesante de la Alta Guajira.

indios wayuu en un baile tradicional

El grupo de expedicionarios lo formábamos además del guía y el conductor, cuatro colombianos (dos de ellos afincados en Barcelona) interesados en conocer las posibilidades de negocio de la zona y yo en mi condición de reportero. Dadas las características del grupo, la expedición se formó aún a sabiendas que el mes de octubre es el mes menos adecuado para adentrarse en la Alta Guajira pues el agua de las lluvias hacen intransitables los caminos de tierra tanto por los lagos que se forman como por el barro acumulado. Y así ocurrió. En numerosas ocasiones tuvimos que apearnos del coche para empujar, poner piedras o ramas sobre la huella previsible del 4x4. Además el camino no era muy evidente y más de las deseables nos vimos obligados a retroceder. Nos creímos a salvo cuando nos encontramos con otro 4x4 al que seguimos. Lo peor llegó al atardecer cuando los dos coches quedamos hundidos. Después de dos horas de fajarnos llegaron cinco 4x4 y nos creímos salvados. Sus ocupantes eran ‘traquetos’, traficantes de droga. Apenas nos ayudaron.

costa de la Alta Guajira

Una vez pasaron todos ellos nos pidieron las cadenas que nos habían prestado y de nada sirvieron nuestros ruegos y súplicas. Siguieron su camino hacia la costa donde embarcarían la droga en potentes lanchas (me cuentan que las propulsan tres motores de 240 CV) camino de Araba, desde donde se transporta a Holanda. El coche que nos acompañaba transportaba sacos de 60 kilos de panela (un producto derivado de la caña de azúcar que tras un proceso se solidifica). Varias veces fueron las ocasiones que tuvimos que descargar y cargar esos sacos. Con cinco kilos menos sobre mi peso actual y un barro en el que te hundías aún más por la carga, tuve que transportar esos sacos. Cuando después me enteré que esa panela era para hacer licor quise morir de la rabia.

expedición por la Alta Guajira

Después de más de seis horas para recorrer apenas cien metros, pudimos salir. Y lo hicimos con barro hasta las orejas (sin exagerar un ápice) y con espinas clavadas en las plantas de los pies por tener que andar descalzos por aquel lodazal. Después de encontrar refugio en una ranchería dormimos como pudimos en hamaca con el barro adosado a nuestra piel. Al día siguiente más de lo mismo; más barro, más desesperación, más extenuación… Menos mal que los indios nos ayudaron ese día, pues de no ser así, aún seguiríamos allí. Eso sí, su ayuda tenía un valor. Dinero, siempre dinero.

Comida en la costa de la Alta Guajira

A salvo del barro recuperamos la risa y empezamos a disfrutar del paisaje, de la compañía de nuestros hospederos y, como no, de la comida a base de pescados y langosta. Durante estos días comí más langosta que en toda mi vida.¿Alguien desayunó alguna vez langosta? Yo durante estos días varias veces. De regreso nos creíamos que el buen tiempo habría secado el terreno. Pero no fue así. Y mientras España y Asturias en particular disfrutaban de Fernando Alonso, yo sufría como un cabrón quitando barro. De nuevo tuvimos que buscar cobijo en una ranchería indígena. El último día compramos un cabrito y allí nos lo mataron, nos lo cocinaron y nos lo comimos. No hay nada como una buena comida para compensar tanto sufrimiento.

El lugar
Punta Gallinas es el punto más septentrional al que llegaré durante mi viaje. Desde el punto de vista simbólico, llegar hasta aquí supone un valor extraordinario para mí. Si miro hacia el sur, mi mirada llega hasta las Islas Becasses en pleno Canal de Beagle y a las que llegué como recordarán mis incondicionales a bordo del buque Tora de la Armada Argentina. Si miro el mapa que me acompaña, y compruebo la distancia y el tiempo que separa un punto del otro, es entonces cuando me siento tremendamente orgulloso del recorrido de mi huella.
A partir de ahora, ya todo es ‘bajada’…

Comida en el interior de la Alta Guajira

Desasosiegos indeseados
No sois pocos los que me hacéis referencia a las sensaciones personales que os provoca la experiencia que estoy viviendo. En muchos casos siento desasosiego en espíritus inquietos a los que les encantaría poder tener una experiencia como la mía. Hace mucho, mucho tiempo que quiero ofrecer una respuesta que sirva de tranquilizante. El último mail de mi amigo Honorio me impide seguir callao. Pero me cuesta. Y me cuesta quizá porque es muy difícil convencer a alguien que tiene interés por conocer, por mezclarse, por aventurarse… viajando, hacerle relativizar una experiencia así.

pescadores en Santa Marta

Entiendo amigos y amigas inquietos, vuestros desasosiegos. Me son muy familiares pues las experiencias de otros también me inquietaron a mi.
En contra de lo que algunos pensáis, el hecho de vivir una experiencia como la que estoy viviendo no es sólo “cuestión de valentía”. Yo tuve la fortuna de recrear unas condiciones que me permiten vivir en la actualidad esta aventura y a mi regreso con una relativa tranquilidad. Pero tampoco voy a negar lo evidente; el grado de valentía que tuvo mi decisión está en que pudiendo haber optado por otras opciones más convencionales, opté por afrontar este viaje.
En contra de lo que algunos pensáis, el acto de viajar como lo hago no está exento de desmotivaciones, cansancio y me atrevería a hablar de hasta cierta rutina. Viajar aún con sus connotaciones especiales, no deja de ser otra forma de vivir por lo que es susceptible de afrontar alegrías, desilusiones, decepciones, pasiones… Quizá la diferencia y no estoy tan seguro de lo que voy a decir, estribe en que depende de uno el descansar o invertir el ritmo de vida (del viaje) para convertirla/lo en más excitante. En la vida normal esto no es siempre fácil.

Parque NAcional de Tayrona

En contra de lo que algunos pensáis, yo siento envidia, admiro, me quito el sombrero ante experiencias vivenciales que muchos de vosotros estáis aprovechando (profesionales, familiares…) y yo no por haber optado por la que me ocupa. Qué decir de la experiencia de los que habéis sido papás o mamás durante este tiempo. ¡¡Qué envidia (creo)!!Lo que nos ocurre a los inquietos, a los que queremos vivir al máximo esta vida es que añoramos y valoramos vivencias a las que difícilmente podremos llegar (al menos de momento) por haber tomado en su día otras opciones en el plano familiar, laboral, sentimental… Creo que tenemos derecho a admirar esas otras vivencias pero desde la racionalidad que debe alumbrar el contexto y entorno de cada uno y de cada una de las decisiones por las que optamos en su día.

pescadores en el pueblo de Camarones

En contra de lo que algunos pensáis, yo volveré siendo el mismo. Con otras vivencias, experiencias, sensaciones… pero el mismo. No lo tenía tan claro antes de iniciar mi viaje pero a estas alturas, ya sí. Mi manera de vivir mis relaciones familiares, sociales y afectivas, de vivir mi entorno, de vivir mi espacio serán esencialmente las mismas. Si la experiencia ‘enriqueciese’ tanto como pensáis, me serviría para definir un buen futuro profesional, y eso será harto difícil. Y no amigo Honorio, no. No cambiará “mi forma de ver”. De ver Asturias y subir sus montañas amarrado a ti –como siempre en mi- mientras te insisto ‘¿pero es peligroso?’ y tu respondes ‘no, no, es muy fácil’ –como siempre en ti-. De ver otros lugares tan maravillosos como los que pueda ver por estas tierras, te lo aseguro (contigo vi(ví) los valles beréberes y Marrakech que ocupan un lugar preferencial en mis destinos preferidos). De ver a mis amigos, aún más orgulloso que antes por tenerlos como tal.

El Cabo en el PN de Tayrona

Lamento que mi experiencia suponga desasosiego en espíritus inquietos. Espero que mi reflexión mitigue en parte esa sensación vital. Espero opiniones.
No puedo negar que una experiencia como la que puedo estar viviendo es una experiencia increíble. Pero mucho me temo por lo que siento en algunos de vosotros y por lo que sentí en su momento, que sólo quien puede vivirla tiene a su alcance relativizarla en su justa medida. Yo confío en vuestras capacidades para que así lo entendáis.

El Cabo de la Vela

Sábanas bien blancas
Mis experiencias en hamaca no son precisamente afortunadas. Esa noche tampoco lo sería. Apoyándome sobre una silla que había arrimado, me mecía de un lado a otro. Con el vaivén generaba un poco de brisa que mitigaba el calor y la humedad de una noche sin luna sobre el Caribe. Los relámpagos de una tormenta aún lejana, iluminaban el horizonte y las aguas calmadas que bañan la aridez del desierto de la Alta Guajira.
Descansaba más o menos limpio después de un ‘ducha’ de agua dulce a base de cubos de agua. Agua dulce, un lujo en la Guajira, que alejó en gran parte el barro adosado a todo mi cuerpo.
Balanceado y atento al horizonte activo, recordé la noche anterior en la que embarrado y maloliente intentaba conciliar el sueño. Esa noche solo pude lograr dormirme cuando proyecté en mis sueños una cama grande de sábanas bien blancas y mis brazos aferrados a un cuerpo caliente, discretamente perfumado y sensible a mis caricias.

En la Alta Guajira a 24 de octubre de 2006

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